Inicialmente, a finales de los años veinte, esta construcción fue una casa de citas y casino clandestino. Durante la década del cincuenta pudo saberse de su función como sede del consulado de México, coincidiendo con el nombre de la calle en la que está ubicado. Finalmente esta obra ecléctica, que cayó en el abandono y el descuido durante buena parte del siglo veinte, ha sido rescatada, restaurada e intervenida con una nueva estructura que permitió que se transforme en dos amplias residencias.
La obra debía responder al desafío de asistir de igual modo tanto a los cánones experimentales del trabajo del estudio, como a la demanda que supone un emprendimiento comercial inmobiliario. La estrategia fue conservar y restaurar lo máximo posible, transformando al inmueble en unidades de vivienda más pequeñas para que las superficies sean aceptadas por el mercado.
La casa antigua se transformó entonces en un laboratorio de estudio a los fines de hallar los sitios concretos donde poder intervenir para hacer permeable su relación en sentido vertical sin tener que apelar a estructuras de refuerzo complementarias. Del mismo modo se convirtió en una tarea personal del estudio el rescate y restauración de piezas ornamentales, de cerrajería y carpintería, entre otras.
Todo el nuevo volumen de la última planta donde se alojan los cuartos de ambas unidades está construido como un gran esqueleto metálico, una nave que se posa sobre la construcción originaria. Los puntos de unión están pensados específicamente en relación a lo preexistente como costuras por lugares muy precisos. El contraste resultante de este montaje es muy acentuado. Así, la relación nuevo-clásico intenta lograr su equilibrio sin competencia. El caso más saliente respecto a ello es la integración de la pérgola de hormigón original de la terraza de la casa, con la estructura de la nueva construcción, formando parte simultánea del interior del dormitorio como de la expansión exterior de la vivienda.
En Buenos Aires se ha atravesado en los últimos cinco años por una feroz tendencia de demoliciones sin compasión, alentada por el interés económico de un mercado inmobiliario cada vez más tecnocrático y por una normativa urbana bastante lejana al cuidado del patrimonio construido. Este proyecto intenta ser reactivo y resistente a esa modalidad. Conservar las viejas casonas es un esfuerzo ciertamente costoso. Sin embargo, a través de varias experiencias realizadas con este tipo de proyectos, pudo comprobarse que es posible lograr resultados satisfactorios tanto para el que construye y comercializa como para el que los habita.
Esta estrategia de infiltración en el tejido urbano se define entonces como una suma de procedimientos que entrelaza la recuperación de los valores materiales y tipológicos –como campo de acción para su transformación en unidades contemporáneas-, con la disponibilidad económica de los insumos a incorporar, mayormente recuperados y reciclados. Es así como el repertorio de materiales usados para la nueva construcción incluyen desde placas de contrachapados tomadas de cajas transportadoras de partes automotrices hasta el mástil de un velero dañado.